Bonito poema para ver a la muerte desde otro punto de vista totalmente diferente; no hay dolor, no hay sufrimiento, no hay penas, pero tampoco alegrías, porque la muerte es un tránsito a otra vida.
Ya nos dice el Bhagavad Gita, obra milenaria hindú, en su diálogo entre Krishna y Arjuna: «Si todo, cuando nace tiene que morir, todo cuando muere renace indefinidamente; pero el Espíritu humano, en cambio, jamás puede ser muerto: el fuego no puede quemarle, el agua no pueda negarle, ni la espada, herirle, porque es Eterno, Infinito, Inconmensurable, como aquella Divina Esencia de la que emanó»
También los griegos hablaron siempre de la Anastasis, que significa «levantamiento, resurgimiento, retorno, o resurrección», es decir, la continuada existencia del alma a lo largo de las reencarnaciones.
Y entre los druidas era tal la creencia firme y universal de la vida eterna que, según Diodoro Sículo, confiaban a las llamas mensajes para sus queridos muertos;según Pomponio Mela, y Valerio Massimo, admitían con la mayor naturalidad cuentas y deudas, a ser pagadas, no en esta vida, sino en la futura, por aquella eterna sentencia de la antigüedad sabia, de que la muerte era incapaz de separar lo que ya había unido la virtud (Quod virtus juncit, mors non separat)
«Tememos a la muerte porque no la miramos de frente, porque nos hemos propuesto desconocerla y olvidarla entre las algazaras del mundo. Pero la muerte no mata; es un mero nacimiento a otra vida. Parece una descomposición, porque nunca brota el tallo sin descomponer la semilla; nunca el fruto sin secar la flor; nunca una forma nueva, sin quebrantar, por lo menos, las formas de las que ha nacido en el crecimiento y progreso de todos los seres.
Hay gusanos en el cadáver, pero ellos, al éter del amor divino, se tornan en mariposas del cielo. La tumba, mirada desde abajo, parece un pudridero; mirada desde arriba, una florescencia. El sepulcro, que tanto nos aterra, será mañana nuestra cuna. Mientras nosotros lloramos a un muerto, como la individualidad tan trabajosamente conseguida a través de la evolución no puede perderse jamás, ven otros un recién nacido, porque la vida es eterna» Castelar
A este poema de San Juan de la Cruz se le ha asignado la fecha de 1578 como posible año de composición, lo cual significaría que el poeta lo habría escrito mientras estaba en prisión o quizás un poco después de salir.
Noche oscura del alma
En una noche oscura, con ansias en amores inflamada ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada.
A oscuras y segura, por la secreta escala, disfrazada, ¡oh dichosa ventura! a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba más cierto que la luz del mediodía a donde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche, que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste Amado con amada amada en el Amado transformada!
En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería, y todos mis sentidos suspendía.
Quedé y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado; cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.
Este mes se celebra el séptimo centenario de Dante Alighieri. Por esta razón, os traemos el artículo
Las ilustraciones de William Blake de la Divinia Comedia…
…escrito por José Carlos Fernández y extraído de la Revista Esfinge.
Retrato de Dante, ilustrado por William Blake.
Todos reconocemos en Dante (1265-1321) al verdadero precursor del Renacimiento, con otros autores del llamado Trecento (siglo XIV) que lo aceptarían como maestro, Petrarca y Boccaccio, por ejemplo, y con Florencia como centro de irradiación (a pesar de las críticas que hace Dante, uno de sus hijos predilectos, a esta ciudad, debido a las convulsiones políticas y morales).
Su idea de «monarquía universal» sería determinante para el llamado Estado moderno y el poder cada vez mayor de los reyes como imagen del Rey del Mundo.
El cómo entrelaza en la Divina comedia personajes e ideas propiamente medievales y cristianas con héroes clásicos griegos y romanos y con sus mitologías marca el retorno de una nueva cosmovisión, alentada por el renacido fuego de Vesta y sus águilas, buscando nuevos corazones en que arder y una nueva conciencia en que aletear poderosamente: una nueva tierra y materia que elevar a su empíreo. Claro que estas son solo las primeras gotas, tímidas, precursoras de la lluvia, o las primeras hebras de fuego y luz divina en un mundo oscuro y pétreo agitado por la violencia, el sueño de las almas, la brutalidad y la inercia.
De hecho, la primera matriz del Renacimiento se dio eficaz pero silenciosamente (sin demasiados anuncios doctrinales ni propagandas) en la obra y el ideal templario. Y es su antorcha en su trágico final la que parece que Dante hubiera recogido piadosamente. No olvidemos tampoco, y después, al amigo de Petrarca, Cola de Rienzo (el Rienzi del drama wagneriano, que vivió entre 1313 y 1354), quien fue en lo político lo que Dante en lo literario, y de quien es fácil pensar que se trata el gran iniciado detrás (o delante) de las fuerzas espirituales y civilizatorias de ese siglo. Sería realmente interesante saber qué hubiera dicho de él en su Comedia.
La conmoción que generó Dante en su tiempo y siglos sucesivos es visible en el número de ediciones de esta obra, la Divina comedia, de la que aun antes de estar concluida, sus versos eran recitados por toda Italia. Pero también asistimos a este impacto emocional, religioso, en las representaciones artísticas que se hicieron de las diferentes escenas del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. Los manuscritos iluminados en todo el siglo XIV y el XV, el fresco en la iglesia de Santa María Novella (pintado en 1357 por Nardo di Cione) o las asombrosas, y poco conocidas aún, más de cien ilustraciones que hizo del libro el mismísimo Botticelli, o las de Federico Zuccari en la corte de Felipe II de España, dan fe del furor creativo que despertaron las ideas y el magno poema escrito por Dante.
Y aunque el Barroco no dio demasiada importancia a ilustrar esta obra, los dibujos de contorno de John Flaxman en 1793 y, en el siglo XIX, los grabados de Tommaso Piroli y de Gustave Doré van a divulgar las escenas con las que imaginamos, generalmente, los diferentes pasajes de la Divina comedia. La obra escultórica formidable en bronce de Augusto Rodin, Las puertas del Infierno, de casi siete metros de altura y cuatro de ancho, es también, y evidentemente, dantesca. Casi nos parece oír el cartel de advertencia en la misma según el poeta florentino:
File: Illustrations to Dante’s Divine Comedy object 4 Butlin 812-4 The Inscription over Hell-Gate.jpg. Wikimedia Commons
«Per me si va ne la città dolente,
per me si va ne l’etterno dolore,
per me si va tra la perduta gente.
Giustizia mosse il mio alto fattore;
fecemi la divina podestate,
la somma sapïenza e ‘l primo amore.
Dinanzi a me non fuor cose create
se non etterne, e io etterno duro.
Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate».
«Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada. La justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la Divina Potestad, la Suprema Sabiduría y el primer Amor. Antes de mí no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente. ¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!».
Blake se interesa por Dante
En Inglaterra, la obra de Dante es conocida por vez primera en 1782, año en que Charles Rogers hace la primera traducción de El Infierno. La primera versión completa en inglés es la de Henry Boyd, publicada en 1802.
Es lógico que el pintor y poeta William Blake, que también era visionario y profeta, se interesara por esta obra de Dante, con imágenes tan plásticas y vigorosas, tan apelativas para un alma sensible. Recordemos que este pintor, Blake, que muchos consideraron loco, vivía en una realidad paralela y real, en que hablaba con santos, ángeles y todo tipo de espíritus de la naturaleza, y desde niño. De ese mundo interior y sutil nacerían tan bellísimos poemas e ilustraciones, desde las joyas líricas de Songs of Innocence hasta los monumentales libros proféticos, realmente misteriosos, como el Libro de Urizen o el Matrimonio del Cielo y el Infierno, con sus famosos proverbios dionisíacos (por ejemplo, «Las prisiones son construidas con las piedras de la ley, los burdeles con los ladrillos de la religión»).
Así, cuando recibió el encargo de uno de sus discípulos y amigos para ilustrarla, aunque el poeta tenía ya setenta años, comenzó a trabajar febrilmente, lo que implicaba no solo leer y meditar sobre los versos de Dante, sino entrar en el alma misma de su creador, debatirse furiosamente con y contra sus imágenes, dialogar con ellas. Se decidió, incluso, a aprender, ya con su edad, la lengua italiana para poder entrar en el encantamiento de sus ritmos y música, de sus diseños y formas mentales netas, directamente, sin tener que pasar a través de los diseños y formas mentales propios de una lengua, y además tan diferente, como era la inglesa.
Muchas veces sus amigos lo encontraban en la cama, con un gran cuaderno de hojas de 53 x 37 cm, pintando escena a escena, las que a él le llamaban más poderosamente la atención, sin un programa aparentemente definido. De hecho, realizó 72 láminas del Infierno (varios, por tanto, a veces de un único Canto), 20 del Purgatorio y 10 del Paraíso.
Blake murió sin terminar esta obra. Además, curiosamente, Lionell, el amigo que lo incitó a trabajar en ella —para tener una excusa para ayudarle económicamente—, es posible que tampoco quisiera editarla, lo que no sería nada fácil por cierto. Muy pocos de los cuadros fueron terminados y pasados a buril a planchas. Recordemos que esta era la verdadera profesión de William Blake, pues desde adolescente fue grabador, lo que le permitió ilustrar él mismo no solo los diseños de sus diferentes libros, sino también las planchas de impresión de los mismos.
Tan solo once láminas están firmadas, o sea, terminadas. Muchas son simplemente esbozos, y otras fueron rehechas una vez y otra; en otras, solo hay color en ciertas partes. Blake trabajaba con furor, yendo de una a otra según sus lecturas y meditaciones, sus estados de ánimo, o simplemente la electricidad anárquica de su inspiración dionisíaca.
William Blake: English: illustration to Dante The Divine Comedy, Inferno, Canto I, 1-90. Wikimedia Commons
Según explica Maria Antonietta Terzoli en su artículo «El más allá de Dante: entre mitología clásica y teología cristiana», incluido en la excelente obra William Blake, la Divina comedia de Dante, editada por Taschen y que estoy usando como guía:
«El grado de ejecución va del mero boceto a las láminas completamente terminadas, lo que permite formarse una idea precisa de la forma de trabajar del artista. Básicamente podemos distinguir tres fases en el proceso de realización. En primer lugar se esbozan con el lápiz, a veces también con tiza, la estructura de la composición y los aspectos fundamentales de la narración, con correcciones enérgicas y exploración de alternativas. En el siguiente paso se procede a la coloración, que se aplica con virtuosismo y de manera muy diferenciada. Las figuras se modelan de manera lírica o expresiva, polícroma o monocroma, con líneas fluidas o destacándolas con fuerza, trabajando los aspectos principales de la composición y la narrativa, y fijando asimismo la incidencia de la luz y las cualidades atmosféricas. Una y otra vez se aplican nuevas capas sobre la pintura habitualmente seca, de manera que al final se consigue un efecto de profundidad muy transparente. Por último, el artista interviene de nuevo con la pluma, remarcando los contornos de los protagonistas y acentuando la estructura de un fondo paisajístico. La idea de Blake sobre la relación entre diseño y color se expresa en la siguiente frase: “[…] todo depende de la forma o el contorno. […] Si esto falla, la coloración nunca puede ser correcta […]”. Gracias a su dominio absoluto de los medios técnicos, Blake consigue explotar toda la panoplia de experiencias existenciales, desde los lóbregos suplicios infernales hasta la luminosa felicidad del Paraíso».
Blake y su propio criterio
Blake, aunque reconoce el genio poético de Dante, lucha con él y su Divina comedia, no acepta su visión del Infierno como el lugar de los castigos, ni el maniqueísmo que impregna su obra, ni mucho menos cree en la humillación y el sufrimiento como pago de los errores cometidos. Para él, esta dialéctica de castigo y error era simple superchería. Y desde luego su Dios es el del perdón, no el del castigo. Según la antigua visión gnóstica y aun teosófica, el Dios que cela este mundo, el Jehová bíblico (asociado a Saturno-Luna), no es la Luz Divina omnipotente, sino el Amo de la Caverna, un Dios iracundo y celoso, que se hace adorar y temer y que quiere al alma esclava de sus leyes, que son las de la sumisión y la vergüenza y no la de las almas libres, señoras de sí mismas, interviniendo con su poder, inteligencia y amor con el mismo plan evolutivo que es la existencia. Blake considera materialista la visión del mundo de Dante. Y para él, imbuido en medio de sus alucinantes visiones —semejantes a las de Swedenborg, a quien admiraría y criticaría al mismo tiempo—, según dice: «Todo en la Comedia de Dante muestra que, por razones tiránicas, ha hecho de este mundo el fundamento de todo y señora a la diosa Naturaleza, la Naturaleza es su inspiradora y no el Espíritu Santo. Como dijo el pobre Shakespeare: Naturaleza, tú eres mi diosa».
Dante y Beatriz en el Cielo, en la constelación de Géminis, ilustración de William Blake.
No entendemos muy bien por qué esta oposición innecesaria. Los estoicos armonizaron con su filosofía y ejemplos Logos y naturaleza; cada uno de ellos es la expresión del otro. Logos es naturaleza ideal, en la mente divina. Naturaleza es el Logos mismo impregnando, ordenando y dignificando con sus poderes creadores a la misma.
Aun a pesar de su rebeldía ante la filosofía de Dante, Blake es estrictamente fiel al texto y a las imágenes poéticas del poeta florentino. Solo que a veces hace anotaciones exponiendo, para sí mismo, lo que piensa. Anotaciones que serían invisibles en la pintura final, pero que ahí están dejando constancia de sí, pues quien calla otorga.
Como dice la autora del artículo antes mencionado, lo que retrata William Blake son tipos, categorías humanas, no individualidades, y menos, personajes de carne y hueso. Dante y Virgilio, su maestro y guía en el Infierno y el Purgatorio, son así casi gemelos en las ilustraciones de Blake, gemelos y asexuados, como almas. Uno va de azul, la serenidad, y otro de rojo, la pasión, pues está vivo y su cuerpo proyecta sombras y pesa. No como en las ilustraciones de Botticelli, en que Virgilio asume mayor tamaño, especialmente cuando le lleva y protege, como a un niño en su regazo. Y en este último, Beatriz es figurada, directamente, como una diosa.
Siendo como siempre la pintura de Blake casi onírica y sus imágenes, texturas y colores irreales, es asombroso como juega con la «música de los colores», o sea, con los diferentes estados de ánimo que provocan en el espectador, como si estuvieran vivos. Como dice la autora de este artículo, «la luz y el color como portadores de significados autónomos», con «dramáticos claroscuros, los nubarrones de mal augurio y el fuego vivo del averno, la plácida luz de la luna, los amenazadores esperanzadores, los paisajes paradisíacos y la luminosidad esplendorosa del Empíreo». Agregamos nosotros el amarillo verdoso pálido, casi enfermizo de una Fortuna que tienta y ofrece, pero que no va a perdonar el fruto comido; o el gris sucio, difuminado, de esa lluvia barrosa donde retozan como cerdos los hundidos en el círculo de los glotones (y que tan pavorosa y gráfica es en el texto de Dante); el rojo llameante y tiznado de la lujuria que agita e impele a los amantes a satisfacer sus pasiones; o las flamas triangulares, con sombras rojas y azules en que arden los gigantes que presiden la entrada en el Infierno; el verde esmeralda, esperanzado, de las cornisas del Purgatorio; el azul noche de inspiración en que arden frías las estrellas blancas, al ser Dante raptado por Lucía —la gracia y luz del alma, en cuanto guía— y llevado en sueños hasta la entrada del Purgatorio; o el rosa inflamado del amor de las escenas del Paraíso, el color de la caridad cuando se difunde en el blanco de la pureza, aunque su color verdadero sea el rojo inmaculado, puro. En este Paraíso, la paleta de colores difumina y entrelaza los siete colores del iris, diluidos en luz en tonalidades que decididamente no son de esta tierra.
Santa Lucía lleva a Dante, en su sueño, a la entrada del Purgatorio.
Algunos diseños, solo esbozos, son prodigiosos, como el de la Rosa Mística que conforman todas las almas en el Paraíso con la Virgen María, la Madre del Mundo, coronándola con un espejo vuelto hacia Dios. Si en el texto de Dante es sublime lo que sugiere, no lo es menos cómo lo ve y pinta William Blake. Solo nos apena profundamente que no hubiera terminado y coloreado esta lámina.
Y de las terminadas, es gloriosa, en sentido literal, la de Beatriz apareciendo en el carro empujado por un grifo celeste, que muchos autores quieren que sea Cristo mismo, que tira de la Iglesia. Inmóvil, es puro movimiento y torbellino de lirismo: el dosel azul cielo con los ojos como los del pavo real; el giro de la rueda queriendo simbolizar la afirmación bíblica de «el espíritu estaba en las ruedas»; el velo dorado[1] y florido de Beatriz —el alma Inmortal— coronada; las tres damas danzando, que figuran en el color blanco nieve, verde esmeralda y rojo fuego, la fe, la esperanza y la caridad, etc.
Los gestos son desmedidos y teatrales, congelados en su vivo dinamismo, y agitan las ondas astrales con un gran dramatismo emocional. Así, todo es vida, luz y movimiento, en el Infierno, en el Purgatorio o en el Paraíso, pues como dijo William Blake en sus Proverbios del Infierno, aunque «el necio no ve el mismo árbol que ve el sabio», el árbol es el mismo y «la eternidad está enamorada de los frutos del tiempo». Y es ese amor el que se convierte en actividad incesante.
[1] Aunque en el texto de Dante las vestimentas incorporan los tres colores de las virtudes teologales (blanco de la fe, verde de la esperanza y rojo de la caridad), el resultado es un velo dorado.
Hoy vi a otra de las musas, generosas criaturas que bajan de tanto en tanto al árido mundo de los humanos para volcar una gota de su eterna inspiración. Y, en medio de este extraño mundo en que vivimos, en medio de este mundo seco y torturado, vi ante mí a la dulce Erato, reina de la poesía, genio de la lírica, fuente del amor…
Cediendo al impulso primero, vi de ella su apariencia y, como siempre me ha sucedido, quedé absorta en su presencia, tratando de buscar un poco más allá el contenido interno de los muchos símbolos que la adornaban. Vi su sencillez, su modestia y delicadeza, vi su cabeza coronada de rosas; vi los pliegues de su manto, que eran en su caída un canto de armonía; vi su lira y su flecha, y al pequeño Eros rondando a sus pies, buscando él también –aunque pequeño dios– el apoyo de la musa para mejor impactar en los hombres.
Y, tras la visión, vino el ensueño… ensueño que agranda la enorme diferencia entre el ámbito que vio nacer la musa y este otro ámbito que hoy nos rodea. Aparentemente, nada hay más dispar que aquellos viejos años heroicos y apasionados y estos otros cobardes y malvados; entre aquellas épocas de poemas y finos sentimientos y estas otras de ruido e instinto. Y los que hoy anhelan lo bueno y lo justo, aquello que debe vivir en el fondo de todo ser humano, cargan además con el dolor que supone tener que esconderlo, disimularlo, callarlo o llorar a solas, pues la “moda” no permite esas “debilidades”.
Así, entre oleadas de dolor vino el ensueño… Escuché versos de maravilla en medio de un suave ritmo, con viejas palabras olvidadas, tan simples y tan puras que no tienen ningún sentido si no van cargadas de sentimientos afines. Escuché los sones líricos que reúnen toda la Naturaleza en un solo canto a la belleza. La lira de la musa se expresaba en tenues melodías para acompañar aquellos viejos poemas de amor.
Entonces vi cobrar vida al pequeño Eros. El tierno diosecillo clavaba sus ojos traviesos en la flecha que la musa llevaba en la mano, y todo adquiría un color más profundo, más intenso.
Crédito de la imagen: The Athenaeum
Comprendí –una vez más– que Erato canta a un amor sublime, que escapa por completo de nuestro tiempo y espacio. Supe que la musa ya no vive entre nosotros, porque son muy pocos los hombres que quieren saber de este amor sin límites que apenas si se apoya en el cuerpo, para elevarse hasta estratos sutiles donde se encuentra la raíz misma de la vida. Añoré con fuerza aquellas oleadas cadenciosas donde la poesía toma el mismo ritmo que el fluir de la sangre, donde las palabras bullen como las aguas del mar, y donde el sentimiento es matriz de visiones celestiales.
Bella y casta Erato: tu lirismo no ha muerto con el tiempo; tu antiguo mito no es la mentira que hoy nos cuentan. Tu existencia es tan real como la imperiosa necesidad que los hombres sienten de aquello que tú representas. Pero, como a tus otras hermanas, nadie te comprende por miedo a comprenderte; nadie te sigue por el inmenso trabajo que significa despegarse del barro. Hay miedo a volar como tú, a cantar como tú y a sentir como tú, porque todo ello equivaldría a vivir con el alma limpia, abierta y al desnudo. Por eso hoy se desnudan los cuerpos y se cubren las almas de sucios harapos… Por eso ha muerto la poesía, por eso mueren poco a poco las palabras amorosas y por eso el gesto de dulzura de tu reino ha sido reemplazado por el golpe y la ironía…
Pero yo te he visto y sé que existes… Aunque tu visión sea fugaz, he estado contigo un instante y, desde mi humilde condición de mortal, hago a partir de ahora el esfuerzo necesario para perpetuar tu gloria y tu belleza. Déjame cantar por ti; déjame usar la lira e inspira mis voces; cúbreme con tu ternura y haz que lo que hoy digo –lo que hoy vi– sea realidad para todos los que, mudos y desesperados, sueñan contigo sin saberlo.
A plena luz de sol sucede el día, el día sol, el silencioso sello extendido en los campos del camino.
Yo soy un hombre luz, con tanta rosa, con tanta claridad destinada que llegaré a morirme de fulgor.
Y no divido el mundo en dos mitades, en dos esferas negras o amarillas sino que lo mantengo a plena luz como una sola uva de topacio.
Hace tiempo, allá lejos, puse los pies en un país tan claro que hasta la noche era fosforescente: sigo oyendo el rumor de aquella luz, ámbar redondo es todo el cielo: el azúcar azul sube del mar.
Otra vez, ya se sabe, y para siempre sumo y agrego luz al patriotismo: mis deberes son duramente diurnos: debo entregar y abrir nuevas ventanas, establecer la claridad invicta y aunque no me comprendan, continuar mi propaganda de cristalería.
No sé por qué le toca a un enlutado de origen, a un producto del invierno, a un provinciano con olor a lluvia esta reverberante profesión.
A veces pienso imitar la humildad y pedir que perdonen mi alegría pero no tengo tiempo: es necesario llegar temprano y correr a otra parte sin más motivo que la luz de hoy, mi propia luz o la luz de la noche: y cuando ya extendí la claridad en ese punto o en otro cualquiera me dicen que está oscuro en el Perú, que no salió la luz en Patagonia.
Y sin poder dormir debo partir: para qué aprendería a transparente!
Hoy, este abierto mediodía vuela con todas las abejas de la luz: es una sola copa la distancia, al territorio claro de mi vida.
Hace mucho tiempo, la mayoría de los monstruos eran seres simpáticos y golosos, tontorrones y peludos que vivían felizmente en su monstruoso mundo. Hablaban y jugaban con los niños y les contaban cuentos por las noches. Pero un día, algunos monstruos tuvieron una gran discusión por un caramelo, y uno se enfadó tanto que sus furiosos gritos hubieran asustado a cualquiera. Y entre todos los que quedaron terriblemente asustados, las letras más miedosas, como la L, la T y la D, salieron corriendo de aquel lugar. Como no dejaron de gritar, las demás letras también huyeron de allí, y cada vez se entendían menos las palabras de los monstruos. Finalmente, sólo se quedaron unas pocas letras valientes, como la G y la R , de forma que en el mundo de los monstruos no había forma de encontrar letras para conseguir decir algo distinto de » GRRR!!!», «AAAARG!!!» u «BUUUUH!!!». A partir de aquello, cada vez que iban a visitar a alguno de sus amigos los niños, terminaban asustándoles; y con el tiempo, se extendió la idea de que los monstruos eran seres terribles que sólo pensaban en comernos y asustarnos.
Un día, una niña que paseaba por el mundo de los monstruos buscando su pelota, encontró escondidas bajo unas hojas a todas las letras que vivían allí dominadas por el miedo. La niña, muy preocupada, decidió hacerse cargo de ellas y cuidarlas, y se las llevó a casa. Aquella era una niña especial, pues aún conservaba un amigo monstruo muy listo y simpático, que al ver que nada de lo que decía salía como quería, decidió hacerse pasar por mudo, así que nunca asustó a nadie y hablaba con la niña utilizando gestos. Cuando aquella noche fue a visitar a su amiga y encontró las letras, se alegró tanto que le pidió que se las dejara para poder hablar, y por primera vez la niña oyó la dulce voz del monstruo.
Juntos se propusieron recuperan las voces de los demás monstruos, y uno tras otro los fueron visitando a todos, dejándoles las letras para que pudieran volver a decir cosas agradables. Los monstruos, agradecidos, les entregaban las mejores golosinas que guardaban en sus casas, y así, finalmente, fueron a ver a aquel primer monstruo gruñón que organizó la discusión. Estaba ya muy viejecito, pero al ver las letras, dio un salto tan grande de alegría que casi se le saltan los huesos. Y mirando con ternura las asustadas letras, escogió las justas para decir «perdón». Debía llevar esperando años aquel momento, porque enseguida animó a todos a entrar en su casa, donde todo estaba preparado para una grandísima fiesta, llena de monstruos, golosinas y caramelos. Como que las que se hacen en Halloween hoy día; qué coincidencia, ¿verdad?
El 21 de marzo es el día internacional de la poesía.
En mi pupila tu pupila azul. ¿Y tú me lo preguntas? Poesía … eres tú. Gustavo Adolfo Becquer.
En honor este día tan especial os dejamos un poema muy especial que aunque va dedicado a los hijos, en realidad está escrito para cada uno de nosotros.
Instrucciones a mis hijos de Magdalena Sánchez Blesa
Jamás un conato de daros la vuelta
Jamás una huida, por muchos que sean.
Jamás ningún miedo, y si acaso os diera,
Jamás os lo noten, que no se den cuenta.
Jamás un “me rindo”, si no tenéis fuerzas,
Aunque fuese a gatas, llegad a la meta.
Que nadie os acuse… ¡miradme a la cara!
Que nadie os acuse de dejar a medias un sueño imposible…
(Si es que los hubiera), yo no los conozco,
Y mira que llevo yo sueños a cuestas.
Jamás, y os lo digo como una sentencia, ¡miradme a la cara!
Jamás en la vida paséis por el lado de cualquier persona sin una sonrisa
No hay nadie en el mundo que no la merezca.
Hacedle la vida más fácil, ¡miradme!
A cada ser vivo que habite la tierra.
Jamás se os olvide que en el mundo hay guerra
Por pasar de largo sin gloria ni pena delante de un hombre
Y no preguntarnos qué sueño le inquieta,
Qué historia le empuja, qué pena lo envuelve,
Qué miedo le para, qué madre lo tuvo,
Qué abrazo le falta, qué rabia le ronda,
Qué envidia lo apresa…
Jamás, y los digo faltándome fuerzas,
Si el mundo se para,
Os quedéis sentados viendo la manera de que otro lo empuje
Remangaos el alma, sed palanca y rueda,
Tirad de la vida vuestra y de quien sea.
Que os falte camino.
Perded la pelea contra los enanos, no sed los primeros,
Que os ganen los hombres que no tienen piernas.
Y no sabedlo todo, dejad que contesten los que menos sepan
Las manos bien grandes, las puertas abiertas,
Anchos los abrazos, fuera las fronteras,
Hablad un idioma claro, que se entienda.
Si estrecháis la mano, hacedlo con fuerza,
Mirando a los ojos, dejando una huella.
Prestad vuestra vida, regaladla entera,
Que a nadie le falte ni una gota de ella.
Y ¡cantad! Que cantando la vida es más bella,
Y jamás, os hablo desde donde nazca el último soplo de vida que tenga,
Hacia el año 1923, el escritor libanés Khalil Gibran publica «El Profeta», esta obra será no sólo la de mayor éxito sino la más madura de cuantas escribe.
Filósofo y poeta, Gibran pasó muchos años pensando en el libro y esperando siempre momentos especiales. «Este libro es sólo una pequeña parte de lo que he visto y de lo que veo cada día, una pequeña parte de las muchas cosas que anhelan expresarse en los silenciosos corazones de los hombres y en sus almas. El Profeta es sólo la primera letra de una sola palabra.»
Cuando algunos le preguntaron como había sido escrito contestó: «El libro me ha escrito a mí». Estaba refiriéndose a que él era transmisor de una enseñanza universal que es patrimonio de la humanidad; si dejas que tu alma, libre de los egoísmos y estrecheces comunes, pueda viajar a mundos más puros entonces encuentra la fuente de conocimiento.
Él decía que «el Profeta» fue su segundo nacimiento y tomando como primero el biológico, el segundo es el nacimiento de la conciencia. En clave psicológica sería el alter ego de Kalil como diría Freud o, el «sí mismo» como diría Jung.
Presentándose con el nombre de Almustafá, el profeta, antes de partir del pueblo de Orfalase, a instancias de Almitra, la sacerdotisa, se dirige a los habitantes para decirles: «¿De qué otra cosa os puedo hablar sino de lo que veo vibrar en vuestras almas?».
Es entonces cuando nos acerca a los aspectos más importantes con los que toda persona se encuentra en su vida. Nos hará reflexionar sobre ellos, revisar nuestras ideas, nuestros sentimientos y nuestra actitud. Él nos abre la puerta para conocer y encontrarnos con el verdadero ser humano, aquel que se esconde tras las apariencias, el que puede emerger si sabemos esculpirlo.
En el amor: «el amor solo da de sí y nada recibe sino de sí mismo». En la amistad, «cuando vuestro amigo se calla, vuestro corazón continúa escuchando su corazón». Descubriendo qué es la alegría y la tristeza, «juntas llegan, y cuando la una viene a sentarse a vuestra mesa, recordad que la otra, dormida, os espera en vuestro lecho». En el trabajo de cada uno, «y trabajar con amor es estar unido con vosotros mismos, y con los otros y con dios». Profundizando sobre la verdadera libertad, «y si es un temor el que queréis disipar, el centro de este temor está en vuestro corazón y no en la mano que teméis». Y la generosidad, «poco dais si sólo dais de vuestros bienes, dais de verdad sólo cuando dais de vosotros mismos».
Y tras todo ese recorrido, apartando en cada giro un velo más nos descubrirá levemente los misterios de la vida y de la muerte con su lenguaje íntimamente poético y cargado de significado.
«¿Y qué es cesar de respirar sino liberar al aliento de sus mares agitados, a fin de que se levante y se expanda y busque a Dios libremente?» Almustafá partirá del pueblo de Orfalese pero su marcha no es sinónimo de vacío, se ha convertido en guía para que cada uno reconozca su propio ser interior y puedan vivir su propia vida de acuerdo con su naturaleza inmortal que ha arraigado en lo más profundo de sus corazones.
«Vosotros no estáis encerrados en vuestros cuerpos, lo que sois habita más arriba de las montañas y vaga en el viento…»
Kalil Gibran deja constancia de la importancia que tiene el Profeta, ya sea en el libro o en la vida real. Es la figura del maestro, del hombre de conocimiento, es el que guarda las semillas de la sabiduría para aquel que la ame y quiera buscarla. Para cubrir la necesidad de aprender que tiene el ser humano se necesita de aquel que enseñe, alguien con esa capacidad tan poco común de ver más allá de la superficie y profundizar a través de las máscaras de la vida; y ese alguien nos puede descubrir algo que naturalmente todo ser humano necesita porque devuelve la magia de saberse humano y la posibilidad de vivir de acuerdo con nuestras nobles aspiraciones.
Artículo escrito por Yolanda García
Dijo Almitra: Háblanos del Amor.
Y él levantó la cabeza, miró a la gente y una quietud descendió sobre todos. Entonces, dijo con gran voz:
Cuando el amor os llame, seguidlo.
Y cuando su camino sea duro y difícil.
Y cuando sus alas os envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas escondida os hiriera.
Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce nuestros sueños, tal cómo el viento norte devasta los jardines.
Porque, así como el amor os corona, así os crucifica.
Así como os acrece, así os poda.
Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras más tiernas ramas, que se estremecen bajo el sol, así descenderá hasta vuestras raíces y las sacudirá en un abrazo con la tierra.
Como trigo en gavillas él os une a vosotros mismos.
Os desgarra para desnudaros.
Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, hasta que estéis flexibles y dóciles.
Y os asigna luego a su fuego sagrado, para que podáis convertiros en sagrado pan para la fiesta sagrada de Dios.
Todo esto hará el amor en vosotros para que podáis conocer los secretos de vuestro corazón y convertiros, por ese conocimiento, en un fragmento del corazón de la Vida.
Pero si, en vuestro miedo, buscáreis solamente la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales.
Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas.
El amor no da nada más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
Porque el amor es suficiente para el amor.
Cuando améis no debéis decir: «Dios está en mi corazón», sino más bien: «Yo estoy en el corazón de Dios.»
Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor porque él si os encuentra dignos, dirigirá vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.
Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos, que vuestros deseos sean éstos:
Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
Saber del dolor de la demasiada ternura.
Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor. Y sangrar voluntaria y alegremente.
Despertarse al amanecer con un alado corazón y dar gracias por otro día de amor.
Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar. Volver al hogar con gratitud en el atardecer.
Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de alabanza en los labios.
Amor, hijo de Poros y Penía,
pobre como su madre la Pobreza,
cazador sin fortuna,
un solo pensamiento en la cabeza.
Lo que intenta alcanzar se desvanece
apenas alcanzado;
vuelve a buscar, y busca,
lanzando redes, flechas y añagazas,
infatigable, pobre desgraciado.La diosa se está peinando
entre cortina y cortina;
los cabellos son de oro,
el peine de plata fina,
y entre pasada y pasada
toma néctar y ambrosía.
Y la diosa está envidiando
a una pobre ninfa
que se debate perpleja, tan joven, tan joven,
tan joven y hermosa
como perdida.
¿Y bien?… Que se quemó el Amor los dedos
sobre su propia antorcha
por esa tan hermosa que ha irritado
a Afrodita la hermosa.
Porque tiene el encanto incomprensible
de lo indefenso y lo recién nacido,
porque mira con ojos muy abiertos,
porque no entiende a Dios ni entiende el mundo,
y porque se devana la cabeza
tratando de entenderlos, y no puede,
y porque su estupor le pide a gritos
el trozo que ella siente que le falta…
Y porque el joven dios ve de repente
que ella es el trozo que le falta a él,
y todo hace que Afrodita sea
-tan fuerte, tan segura-, casi fea…
Y así fue, y así ha sido.
El uno que sabiendo lo que quiere
no logra mantenerlo,
la otra ignorante tanto de qué busca
como del modo de llegar a ello,
al margen de Afrodita,
al margen de la incomprensible espita
por la que orina el mundo incomprensible,
al margen de la vida y de la muerte,
para siempre abrazados.
Ahora son ya dos pobres desgraciados.
Pero dos. Para siempre.
DIVINA PSIQUIS de Rubén Darío
Divina Psiquis, dulce mariposa invisible
que desde los abismos has venido a ser todo
lo que en mi ser nervioso y en mi cuerpo sensible
forma la chispa sacra de la estatua de lodo!
Te asomas por mis ojos a la luz de la tierra
y prisionera vives en mí de extraño deseo;
te reducen a esclava mis sentidos en guerra
y apenas vagas libre por el jardín del sueño.
Sabia de la Lujuria que sabe antiguas ciencias,
te sacudes a veces entre imposibles muros,
y más allá de todas la vulgares conciencias
exploras los recodos más terribles y obscuros.
Y encuentras sombra y duelo. Que sombra y duelo encuentres
bajo la viña en donde nace el vino del Diablo.
Te posas en los senos, te posas en los vientres
que hicieron a Juan loco e hicieron cuerdo a Pablo.
A Juan virgen y a Pablo militar y violento,
a Juan que nunca supo del supremo contacto;
a Pablo el tempestuoso que halló a Cristo en el viento,
y a Juan ante quien Hugo se queda estupefacto.
Entre la catedral y las ruinas paganas
vuelas, ¡oh Psiquis, oh alma mía!
-como decía
aquel celeste Edgardo,
que entró en el paraíso entre un son de campanas
y un perfume de nardo-,
entre la catedral
y las paganas ruinas
repartes tus dos alas de cristal,
tus dos alas divinas.
Y de la flor
que el ruiseñor
canta en su griego antiguo, de la rosa,
vuelas, ¡oh, Mariposa!,
a posarte en un clavo de nuestro Señor.